domingo, 2 de septiembre de 2012

Ray Bradbury: la sangre humana es poesía, la marciana también


Por Tesa Vigal

En sus relatos te lo hace sentir (foto de Bradbury en sus últimos tiempos a la izda.). Pues además de su enorme humanidad, lo que transmiten las páginas de sus historias es que el fondo humano, lo queramos o no, lo neguemos o lo rechacemos, es poético. Y ese fondo surge a borbotones desde todo lo que tocamos, vemos, percibimos, incluyendo a lo cotidiano que con él se revela como una red mágica de correspondencias que nos enlaza al viento, aún sin saberlo.


Por sus 'Crónicas marcianas' es evidente que pertenece a esa estirpe de escasos escritores de ciencia ficción que no se quedan limitados a maquinitas tecnológicas (esa penosa y, para mí, aburrida, limitación superficial) sino que bucea en el tiempo y el espacio, en el alma y sus actitudes imaginando, explorando a dónde pueden llevarnos. Por lo tanto quedan avisados los amantes de juguetitos tecnológicos para que eviten leer esas crónicas cotidianas de humanos y marcianos en marte, pues en ellas encontrarán paradojas y símbolos, miedos y raíces, anhelos y alma, mucha alma.
Igual que en el maravilloso libro 'Dandelion wine', aquí en España traducido como 'el vino del estío', cuando en realidad es 'El vino del diente de león'. Esa planta silvestre con flores amarillas y fruto hecho de finos vilanos que al soplarlos flotan en el aire. Por cierto, se dice que esa es una de las cosas que puede hacerse para invocar la presencia de un hada o un duende. 


El título viene de la costumbre, en el pueblo donde se desarrolla la historia en los años veinte del siglo XX,  de hacer vino cada verano con los dientes de león, con la creencia de que al beberlo a lo largo del año volverá a nosotros el calor del sol, lo dorado de la vida, las noches al aire libre, los pies descalzos, el olor a hierba, el zumbido de las abejas, la luz de las luciérnagas, la pesadez de las tardes más calurosas, cuando la somnolencia nos hace pararnos, cerrar los ojos, acariciarnos la piel, dejar la habitación en la penumbra de las persianas bajadas, o sentirnos moscas aleteando sin rumbo embriagadas de calor, en busca de un lugar dulce donde posarnos... Además de remediar el insomnio y las digestiones, o cualquier dolencia que sea puro reflejo de un ánimo dolorido. 

Aparece un personaje en el pueblo que en nombre de los 'adelantos modernos' trata de vender semillas de un césped nuevo, que evitará que en él crezcan dientes de león y el abuelo que le escucha no da crédito a lo que oye y le despide mirándole con cierta tristeza porque ese vendedor ha perdido el contacto con la zona más importante de su alma.
La razón de preservar la naturaleza no es respirar mejor o que los árboles sean 'bonitos', sino que nuestro espíritu pertenece a la naturaleza, es parte de ella, nos pone en contacto con nosotros mismos, por muy urbanitas que seamos. Es compatible.
Hay un párrafo en el libro que transmite de manera prodigiosa esa sensación embriagadora. Quien la siente es un niño del pueblo:

"La voz venía de un pozo de moho verde, de algún lugar sumergido, secreto, alejado.
La hierba murmuraba bajo el cuerpo de Douglas. bajó el brazo, con su vaina de pelusa, y sintió, muy lejos, allá, los dedos que crujían en sus zapatos. El viento suspiró en los caracoles de las orejas. El mundo se deslizó brillantemente por la superficie vidriosa de los ojos, como imágenes centelleantes en una esfera de cristal. Las flores eran de sol y encendidos puntos celestes, esparcidas por el bosque. Los pájaros aleteaban como piedras que golpeasen la superficie del vasto e invertido estanque del cielo. El aire pasaba con violencia entre los dientes, entrando como hielo, saliendo como llamas. Los insectos conmovían el aire con una claridad eléctrica. Diez mil cabellos crecieron un millonésimo de centímetro en la cabeza de Douglas. Oyó los corazones gemelos que le golpeaban los oídos, el tercer corazón que le golpeaba la garganta, los dos corazones que latían en las muñecas, el corazón real en el pecho. La piel se le abrió en un millón de poros.


¡Estoy realmente vivo!, pensó. ¡Nunca lo supe, y si lo supe no lo recuerdo!". 

Esa es la diferencia entre lo que se escribe de mente a mente (periodismo y ensayo, igual de necesarios) y lo que se escribe de alma a alma (arte, literatura). En el primer caso se trata de ideas. En el segundo se invocan mundos vivos, con ideas, sensaciones, sentimientos, y cualquier otra percepción y emoción imaginable.
A partir de Bradbury he tratado de ofrecer un placer de dioses. Esperando que lo descubráis y disfrutéis y con la buena noticia de que Bradbury no es el único que te brinda ese tipo de viajes que enseñan a vivir. 

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