domingo, 24 de agosto de 2014

Tres películas desapercibidas


Por Tesa Vigal

Las tres son pequeñas, independientes y honestas. Y, seguramente, las disfrutarían bastante mucha de la gente que sigue yendo al cine. Pero como carecen de campañas publicitarias masivas y sólo se proyectan en un par de cines, no sabrán de su existencia. Ninguna de las tres es nada del otro mundo, aunque quizás por eso mismo, destaca más su modesto pero íntegro corazón. 

'Locke' , de Steven Knight:
Cuenta el recorrido nocturno, en tiempo real, de un hombre en su coche desde que sale de su trabajo apresuradamente, hasta la clínica de Londres desde donde acaba de recibir la llamada de teléfono que desbaratará su vida. Una mujer, con la que tuvo un encuentro fugaz va a tener un hijo esa noche. Su hijo. Y aunque está felizmente casado desde hace muchos años y con dos hijos, y al día siguiente tendría que estar a pie de obra atendiendo un complicado encargo excepcional, decide aceptar las consecuencias de aquella metedura de pata. Decide no repetir el comportamiento de su padre, que nunca le reconoció, acudir al nacimiento de su hijo y darle su apellido.


El trayecto nocturno entre el laberinto de luces de la autopista, semáforos, faros que deslumbran, en un baile de sombras bailando en el aire que a veces se emborronan por las lágrimas, discurre entre incesantes conversaciones con teléfono en manos libres con su mujer y sus hijos que le esperaban en casa. Con su jefe, que le despide. Con su ayudante, que a pesar de todo le ayuda a preparar y dejar resuelto el trabajo del día siguiente, y con la clínica del parto.

Su determinación inamovible le hace conmovedor, aunque la admiración le viene grande porque el efecto rotundo de la integridad es tan sencillo como natural. Un descubrimiento liberador que sólo se siente cuando se practica.

'Begin again' de John Carney:
El mismo director irlandés de la original 'Once'. Aquí los protagonistas siguen siendo músicos, aunque viven en Nueva York y también su vida está en crisis. El gran actor y apenas conocido Mark Ruffalo transmite esa misteriosa esencia lúdica que se agita en lo creativo. Oye imaginariamente los instrumentos que deberían acompañar a la chica que canta en un pequeño local, una canción propia a la que nadie presta atención. 



Vemos a ambos en su periplo antes del encuentro, acercándose a ese local dando tumbos por su vida, de la que han desaparecido las encrucijadas y más bien se parece al final de una línea del metro, como canta ella en uno de los versos de su canción. Ella está dispuesta a marcharse de la ciudad tras el abandono de su novio, con quien había viajado hasta allí. Él sin trabajo y sin dinero, aunque no puede evitar seguir haciendo música y descubriendo a artistas desconocidos.


El gozo de lo creativo, cuando desapareces jugando. Todos lo hemos hecho de niños. Sin embargo, es curioso que esa capacidad innata se olvide, se relegue, o incluso se rechace. Este es para mí el latido de esta historia y por eso otros temas que aparecen en ella (el ninguneo de los artistas por la piratería, el vampirismo paralelo de las casas de discos, la ruptura de sendas parejas) son secundarios sin dejar de ser importantes. Por eso una de las escenas que más huella me dejó es la grabación de una canción en la calle, tocada en directo llena de entrega sin intenciones.

Tampoco habrá romance sino amistad, eso mucho más poderoso y excepcional. Me quedo también con la escena en que se despiden y él retiene un largo momento la mano de ella sobre el corazón, en silencio, transmitiendo afecto hondo y sincero, sin planes, sin expectativas. Nada más y nada menos.


'Una cita para el verano', de Philip Seymour Hoffman:
El título original 'Jack goes boating', Jack va a navegar, es más representativo de lo que cuenta la historia. La única película que dirigió el inmenso actor antes de morir. La dirigió hace ya varios años, pero aquí se acaba de estrenar por su muerte hace pocos meses. Si no fuera por eso, seguramente nunca se hubiera estrenado.


También la protagoniza, y en ella da rienda suelta a lo conmovedor y melancólico de la soledad y el miedo a romperla. La tímida decisión limpia del chófer protagonista, aprender a cocinar y a nadar, porque a la mujer que acaba de conocer le gustaría remar en una barca cuando llegue el verano y porque nadie ha cocinado nunca para ella.

La concentrada constatación con la que sostiene un oso de peluche que puede, o no, regalar. Sus amigos, una pareja con un punto de desgarro en vías de desintegración. La cena delirante, en la que se olvidan de lo que se está cocinando por fumar hachís negro en una cachimba. Cómo le cantan, a través de la puerta del baño, para hacerle olvidar su rabiosa decepción, animándole con el buen rollo de su canción favorita. Una famosa de reggae jamaicano: 'ríos de Babilonia'.

Unos empiezan y otros acaban. Obvio, y sin embargo se nos olvida continuamente que la vida es movimiento.  En esos momentos gozne en que el pasado y el futuro flotan en el aire, revelándose inexistentes, todo es posible antes de que el polvo, o los fragmentos, vuelvan a posarse en el suelo como partículas de vida ordenadas de otra manera. 

Por cierto, como la revista wakan de mapas imaginarios dejará de salir en septiembre, aunque sigue en la página de comunidad en facebook, acabo de empezar sendos blogs rescatando las pelis y los libros de sus secciones de cine y literatura. No porque los textos tengan importancia, sino porque hablé de lo que me emociona y si esas recomendaciones sirven para que alguien disfrute, estupendo.