jueves, 31 de julio de 2014

Indios en la reserva en los libros de Louise Erdrich


Por Tesa Vigal

Acabo de descubrir a esta escritora, hija de india y blanco, nieta de un antiguo dirigente de la reserva de Dakota del norte, de la que sigue siendo miembro y en cuyas cercanías creció (abajo foto). Esta información viene en la solapa de su libro 'Plaga de palomas' editado por Siruela en el 2010 y encontrado por mí en la biblioteca. 

Lo que he descubierto al leerlo es una apasionante fluidez de lirismo, potentes imágenes sobrecogedoras (como en la escena que abre la historia, ese bebé llorando contemplando al asesino de su familia y cómo se queda dormido cuando éste pone un disco mientras comprueba su pistola), aguda claridad de sentimientos filtrados y posados, sentimientos invocadores que materializan, acciones rotundas confundidas en la bruma de las orillas de un lago. Rastro legendario.


Al principio tuve la impresión de que el libro era un retrato de almas perdidas. Luego fui encontrando en esa historia de indios en la reserva y vecinos blancos, que enlaza décadas y generaciones de humillados y ofendidos, los rastros vivos de su integridad, su resistencia al sufrimiento, su rendición al whisky, o su sentido juguetón (como en la divertida socarronería de un viejo indio ante el cura blanco que visita su casa, al que llaman brinco alegre por sus gestos bajo el efecto del whisky que trasiega sin parar, cuando le pregunta a qué se refiere exactamente con la expresión 'pensamientos impuros').

Pequeños rastros del gran espíritu de la antigua visión india, del alma de ríos, animales y montañas, en la actitud de algunos, apenas como el gesto condescendiente hacia algo infantil, a quien se tiene cariño pero ya sin tomarlo en serio. 

Quedan sus vidas entrelazadas, más o menos marginadas o adaptadas, pero ya sin alas. Aunque es muy interesante su plasmación de la convivencia inevitable, que el paso del tiempo va imponiendo, entre los descendientes de antiguas víctimas de linchamiento y masacre y los descendientes de sus verdugos. En efecto el odio y la venganza acaban, como todo, y cuanto antes mejor. Es una liberación, lo contrario de la sumisión. La primera da paso a la vida. La segunda al miedo y el sometimiento. Por cierto, sobre la venganza los indios sioux tienen un dicho: "la venganza ata al enemigo y a ti con él".


Justamente es esta sabiduría lo que echaba en falta, en algunas de las personas de la reserva y, supongo, que de ahí viene la tristeza que me envolvía leyendo ciertas páginas. Páginas poderosas.

Tanta pena como la que siento al leer sobre su destrucción, la persecución a la que fueron sometidos con una inquina que va más allá de la posesión de tierras. Como si a los rostros pálidos les resultara insoportable la propia existencia de los indios. ¿Sería un incómodo reflejo de nuestra antigua visión pagana y chamánica, rechazada?

Volver a sentir y hablar con los espíritus de montañas, ríos y bosques sería, en estos tiempos de utilización penosa de la naturaleza, cuando incluso gente bienintencionada usa el campo sólo para hacer deporte, lo verdaderamente revolucionario.

Pero poco a poco, con rotunda sutileza, me fue calando la rotunda vida de sus personajes. Honda vida desprendida, como el viento, o el humo, de los cuatro puntos cardinales a los que se suma el arriba y el abajo en historias terribles o sólo tristes, de final liberador o marcadas por el destino. Me viene la frase del indio yaqui Don Juan Matus en los libros de Castaneda: "el mundo está hecho de pavor y maravilla". En el libro de Erdrich fluyen ambas con total naturalidad (dcha. dibujo de Anita Thubakabra). 

Junto a la melancolía triste y la melancolía lúcida, surge de pronto la magia de los sueños en vivo y en concreto. Un indio que ha perdido el violín que aprendió a tocar de niño, a escondidas ("Cuando Shamengwa tocaba el violín, el interior se transformaba en el exterior. Sin embargo, el cambio de interior a exterior no lo dice todo") tiene un sueño. En el sueño una voz le dice: "Ve al lago y siéntate junto a la roca de la orilla sur. Espera allí. Iré a ti". Y allí espera tres días, hasta que ve acercarse a una canoa vacía, salvo por un violín en su estuche atado a un travesaño. Dos generaciones después, le roba ese violín un chaval enredado en las drogas necesitado de dinero, el juez de la reserva le condena a recibir lecciones del viejo para aprender a tocarlo, lo hace con especial facilidad, y a la muerte del anciano la tristeza del chaval le hace romper el violín en su funeral. Dentro, aparece una carta de su primer dueño contando que devuelve ese violín a su hermano, de la única manera posible. Dejando que esa canoa encuentre a su verdadero dueño, a través de las aguas del lago. Y esto sucede veinte años atrás de que el sueño avise a Shamengwa, de que espere a las orillas del lago.

A esto me refería con la visión grande de los antiguos indios. Cuando todo tiene alma y se reconoce la interconexión de todo lo existente y el lenguaje simbólico es la corriente viva de infinitas correspondencias. Incluso en sus nombres. 


Cuando un indio estaba confuso y perdido realizaba el rito de 'imploración de una visión' (para los que quieran conocer los siete ritos sioux contados por el chamán-guerrero Alce Negro recomiendo el libro 'La pipa sagrada' de la editorial Minotauro. Allí lo leí). Subía a una montaña y allí se quedaba hasta recibir una respuesta, una señal. Porque no todo son señales, sino sólo cuando hemos preguntado y buscamos la respuesta. Conectarse a una energía, a un camino, es recorrerlo. El pasaje del violín a través de generaciones me recordó este otro libro.

El libro de Louise también trasmite, en el episodio del linchamiento de unos indios inocentes, la visión de la muerte como la parte de la vida en que se mira al misterio, cara a cara. Cuando lo peor no es la muerte, sino llevar una vida despojada de sentido.

También historias de alas cortadas, de cárceles vitales, de pozos de humillación. Incluso tenía la sensación de masticar cristales rotos en los episodios conmovedores de amores excesivos, de ocurrencias lúdicas, de exploraciones más allá de la aventura. Las décadas y generaciones fluyen al ritmo de la memoria contada de alguien, o del requerimiento de una circunstancia, o del descubrimiento personal, en un fascinante laberinto que abarca desde escenas de finales del siglo XIX hasta otras a finales del siglo XX. Como dirían los propios indios nada es lineal sino espiral y los actos se realizan en un círculo, abarcando todas las direcciones.

La naturaleza no es para nosotros. Somos parte de ella.
Larga vida al alma india.