Quede por delante que recomiendo al maravilloso autor Jesús Callejo, autor de la 'trilogía sobre
estos seres míticos en España. El primer libro. ‘Duendes’ escrito en
colaboración con Carlos Canales. Los siguientes: ‘Hadas’ y ‘Gnomos’.
La editorial Edaf.
Y luego está la joya del poeta Yeats sobre los que le
contaban sus paisanos irlandeses, titulada: ‘El crepúsculo celta’ en la
editorial Alfaguara (creo que descatalogado, buscar en biblioteca) y posteriormente en la editorial 'Reino de Redonda' con la magnífica traducción de Javier Marías.
Lo que más me fascina de hadas y
duendes (esos seres edulcorados y distorsionados en ciertos cuentos para niños)
sería su complementariedad con los humanos. Una naturaleza libre y entera,
aquello que perseguimos o anhelamos las personas a lo largo de nuestra vida y
depositarios del secreto del poder materializador del deseo, siempre que sea
puro, sin contradicciones ni mezclas.
Naturaleza
intermedia entre humanos, animales y espíritus.
De igual manera todo lo que se
cuenta sobre ellos (el pueblo gentil, los desmemoriados, el reino intermedio,
las encantadas, los elementales, el reino borroso...) contiene, a partes
iguales, un raro eco de lo verdadero y lo legendario. Huellas de lo imposible
cercano y lo lejano posible.
Presentes
en las leyendas de todo el planeta con diversos nombres, siempre son seres
difusos y escurridizos de ver, pero rotundo el efecto de su presencia. Y siempre en contacto, directo o indirecto, con las manifestaciones de la naturaleza.
No sólo materiales y geográficas, sino también en el plano de los sentimientos, sensaciones y creaciones (la inspiración poética, los bosques y cuevas, las viejas colinas y la pasión amorosa, los niños y la música, la generosidad y el agua, la belleza sublime y la fealdad más grotesca, el fuego y
la juerga, lo sutil y el aire, los hechizos y lo doméstico, lo delicado y lo radical, la sabiduría ancestral y la frivolidad más deliciosa... Lo enigmático
en suma).
Su
relación con los humanos ha participado siempre de su propia naturaleza ambivalente.
Su contacto puede producir tanto la locura y la muerte, como las riquezas
fabulosas, la protección, o el amor. Y sus emociones y sentimientos pueden ser
de un carácter o de otro, pero siempre puro, pues no cabe en ellos la duda, o
la indefinición. Su danza, su amor, o su odio son inagotables y por eso se les
ha considerado peligrosos, pues en este sentido son lo opuesto a la naturaleza
humana, cuyo corazón está hecho de mezclas y contradicciones.
Pieles
negras, marrones, verdes o azuladas, o pálidas y deslumbrantes como la nieve.
Ojos claros u oscuros, almendrados o rasgados, delineados con líneas ocres o
azules. Orejas puntiagudas, espaldas con alas traslúcidas de mil colores, de
mariposa o libélula, o sin ellas.
Pies
humanos o de animales (cabra, oca…). Vestidos de hojas y flores, o con telas
rojas o verdes. Largos cabellos enredados en hojarasca o campanillas, o hirsutos
como juncos, o plumas de ave en lugar de pelo. El maravilloso libro de Brian
Frond y Alan Lee, los presenta en los impresionantes dibujos de David Lackin
con senos recorridos por caracoles, caderas tatuadas con pigmentos del bosque,
sombreros caprichosos como barcos o setas, o cabezas a pelo acariciadas por el
viento. Belleza hipnótica, comportamiento imprevisible, honda ternura o
crueldad, tamaño indefinido y cambiante, formas y esencia radicales.
Los
humanos parecen necesitar su existencia de alguna manera, incluso negándola,
pero aún así hablando de ellos. El lugar donde viven participa de su naturaleza
escurridiza. Tan presente como remoto, parece participar de los mundos paralelos de los que hablan las últimas teorías de la física cuántica actual.
Lugares
que no están en ninguna dirección y están en todas. Y los puntos de conexión
son puertas que se abren o se cierran de manera y con condiciones enigmáticas e imprevisibles. Seres que asustan y fascinan a partes iguales, rechazados y buscados, invocados y despreciados. Pero siempre, y por alguna razón, nombrados como los seres más antiguos del planeta.
A
partir de una película inolvidable: ‘La
selva esmeralda’, John Boorman.
O
la liberación de lo secundario y lo sustitutorio. Cuando desaparecen los
algodones de lo artificial con su ilusoria seguridad y uno se queda cara a
cara, piel con piel con la naturaleza propia y con la externa, con el gran
Misterio. Esa es la atracción que ejerce el tipo de vida "primitivo"
(aquí usaré esta palabra en el sentido de primigenio, no en el sentido
peyorativo).No porque todo lo arcaico
sea bueno, sino porque contiene un tesoro perdido: el contacto con el alma del
mundo y todo lo que contiene, incluyéndonos a nosotros mismos.
Todo está vivo,
todo tiene su espíritu (ríos, montañas, situaciones, personas, objetos, casas…)
el lado material de la vida sólo es su cara física, la más superficial y
aparente y, sin embargo, la única que muchos consideran real viviendo así una
existencia amputada, mezquina; tratando de sustituir, inútilmente, todo lo
cercenado. El tesoro que contiene lo que la vida occidental ha olvidado,
empeñada en la destructiva actitud de creer incompatibles el alma y el cuerpo,
lo lógico y lo mágico, la tecnología y el espíritu, cuando son necesaria,
profundamente complementarios.
No
se trata de elegir sino de fundir. Puedes amar los árboles y también los
conciertos, el cine y las luces de neón. Todo ello te pone en contacto con tu
alma y el alma de las cosas. Se trata de vivir cada momento lo que más feliz te
haga y la libertad siempre está presente en el camino con corazón, ese que es
una gozada recorrer y con el que te sientes uno. (Abajo la peli completa que he encontrado en Youtube)
Sin
embargo me da la sensación de que hay malentendidos letales en la idea de
progreso. Progresar debería ser lo que nos hace más libres, más felices. Pero
hay en la tecnología y el consumismo (comprar lo que no necesitamos dejándonos engañar con la promesa de que nos hará
felices) una trampa que encadena. Es estupendo tener un ordenador si lo
necesitas para tu trabajo, para investigar, para escribirte con la gente, o
hablar con ella… Es una cadena que te esclaviza si lo usas por aburrimiento, o si
no paras de comprar accesorios innecesarios, sólo porque los anuncian como la última
innovación y tú obedeces ciegamente la falacia del anuncio. Es maravilloso
comprarte lo que necesitas, es esclavitud hacerlo por motivos tramposos de una
visión del mundo mercantilista. Si no quiero para nada la oferta de un
supermercado ¿qué sentido tiene comprártela sólo porque es más barato? El colmo
de esa actitud sin sentido me ocurrió una vez, a la puerta de un concierto. Pasaba
por la puerta y una señora me ofreció gratis la entrada que le sobraba. Cuando
yo pregunté qué concierto era se sorprendió, diciéndome: “Pero si te la regalo…”
y a mí me asombró que no entendiera mi pregunta. Para ella era normal aceptar
algo gratis aunque no te gustara, aunque perdieras dos o tres horas preciosas
de tu tiempo en algo que no tenía nada que ver contigo.
Luego
están los valores prioritarios. Para unos sólo existe lo material, jamás se
cuestionan su vida íntima, incluso es algo en lo que jamás piensan porque es ir
a la base de sus problemas, así que para ellos la vida sólo consiste en ganar
dinero para comer y pasárselo bien con distracciones pequeñas, fugaces,
limitadas, finalmente olvidables, o incluso aburridas. Afortunadamente están
los amantes del amor, los idealistas, los generosos, los curiosos, los
inquietos, los soñadores, los indomables… Los que nunca abandonan a su niño
interior, donde reside lo mejor de cada uno, la fuente de lo creativo, del
juego, del corazón, de la magia. Y aquí enlazo con la vida “primitiva”. Repito,
compatible con cualquier aparato que nos haga más libres, incompatible con cadenas.
Las más escondidas suelen ser las interiores. Por eso el desechar los sueños, ese
cuaderno de bitácora con sus mensajes inconscientes sobre nuestra alma, para
quedarnos con nuestros viejos personajes. Evitar conocernos para así practicar
la inútil actitud de echar culpas al mundo, o por el contrario culparnos
ciegamente justificando siempre a los demás. Ambas actitudes nos impiden ser
libres, además de amputar la posibilidad de comunicarnos, y son creadoras
incesantes de malentendidos, confusión, cadenas. El mundo entonces se vive como
una carga incomprensible, en lugar de una aventura constante de exploración y
descubrimiento. Lo laberíntico del mundo molesta, en lugar de estimular y
fascinar. Y en el caso más extremo todo se banaliza y la vida cada vez es más
estrecha y enjaulada.
Esta
película de John Boorman cuenta un caso real muy significativo, lleno de hilos
que seguir, de planos que investigar. El hijo de un ingeniero brasileño (dcha foto), de
unos tres o cuatro años, se pierde en el borde de la selva cuando ha ido con el
resto de su familia a ver el lugar del próximo proyecto de su padre, una presa
hidráulica, y aunque lo buscan durante mucho tiempo, nunca lo encuentran. En
realidad lo ha recogido un grupo de indios, que lo adopta como uno más de la
tribu, y a lo largo de la historia vemos lo cómodo y feliz que crece el niño
occidental entre los indios amazónicos. Su padre lo sabrá al encontrarse con su
hijo, muchos años después, cuando ya es un adolescente.
Lloré
viendo cómo arrancaban los árbolesde la
selva los "civilizados" de turno, en nombre de un supuesto progreso
que no es más que una letal falacia, para construir en su lugar cualquier cosa,
siempre más espantosa e inútil en comparación. Yo lloro de pena con esas cosas.
Y me emociono con lágrimas de alegría ante la proximidad de lo imposible, la
belleza salvaje, lo implacable y fascinante del Misterio, lo laberíntico del
alma humana, la amistad, el espíritu de los árboles, la lealtad (eso que es
contrario a cualquier tipo de formalismo, o de silencio acomodaticio, o de
cobardía, o de pasividad). A la gente le molesta o le extraña que llore por
esas cosas, pero es que me he sentido desde niña justo en el caso opuesto al
que sucedió en Brasil. Me siento como un indio arrebatado de su selva,
creciendo angustiada y extranjera entre hombres blancos europeos. Esto mosquea
todavía más, la gente cree que nadie puede sentir así. Muchos piensan que la
gente y la vida son simples y catalogables, son los que no creen en personas
sino en funciones.
Alucinante
la escena del viaje chamánico guiado por su espíritu animal paralelo (el mundo
es un universo de infinitas correspondencias), que despierta dentro de uno al
invocarle, tomando temporalmente las riendas de los sentidos y el cuerpo. Fundirse
con él... Los sueños y sus mensajes, la magia de las pinturas rituales, la del
grito y el sonido (ese inquietante canto-respiración de la tribu de los hombres
feroces, uno de los sonidos más amenazantes y enervantes que pueden escucharse).
La base de todo ello es querer ser consciente de nuestra propia vida, separando
actitudes o decisiones causadas por el efecto del mundo sobre nosotros, más o
menos doloroso, de aquello nuestro que siempre ha surgido espontáneamente, y
por lo tanto actuar sobre ella, en lugar de soportarla ciega, pasivamente.
Las
plantas sagradas se toman en momentos especiales, para tomar contacto con el
lado espiritual donde residen las soluciones apropiadas a cada cual. Los sueños
son respetados como otra manera de comunicarse con el lado sabio de la vida. En
la tribu se cuentan los sueños y los personajes que salen en ellos llegan a ser
conocidos por todos, parte de la ‘familia’ humana. Por eso el padre del niño,
con el que ha soñado de vez en cuando a lo largo de su infancia, es conocido y
respetado por el resto de la tribu. Y es la razón por la que no dispara la
flecha de su arco (arriba foto), cuando siendo adolescente se encuentra con su padre en una
cascada. De pronto le reconoce como un personaje de sus sueños y así vuelven a
encontrarse después de muchos años. Sin embargo el chico sigue eligiendo su
vida, con la tribu, aunque llega a visitar a su antigua ‘familia’, en otra
escena en la que escala el edificio donde viven y entra por la terraza.
Es
su propio padre el que toma conciencia de lo destructivo de su obra hidráulica,
que destruirá selva y con ella animales y con ellos, indios y con ellos el
alama del mundo. Las tribus se llaman a sí mismas con el nombre que las define.
La tribu del chico son ‘los hombres invisibles’ porque con sus fascinantes
pinturas se mimetizan por completo con los árboles de la selva. Y a los hombres
blancos destructores de vida les llamas ‘Los termitas’. Invocando al espíritu
de las ranas la tribu les incitará a croar fuertemente, porque eso invocará a
su vez lluvia torrencial y la lluvia hará crecer la gran serpiente viva del río
Amazonas y no existirá obra humana de ‘los termitas’ que resista su fiereza
desatada.
Y
las ranas cantarán... Pero entendiendo el mensaje, el ingeniero decide
adelantarse al río y destruye su obra con sus propias manos, volando la presa. Liberador.
Glorioso... Lo que se siente en ese momento es que ha triunfado el progreso de
verdad.